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Reportaje.- “Mi sueño estrabajar demonitor deportivopara enseñar alos discapacitados”


Parece asombroso lo que ha conseguido Raúl Torres desde que sufrió en la carretera un traumatismo craneoencefálico muy severo, sumido en una dependencia total. Éste ondarense de 30 años, con mucho tesón y voluntad, está recuperando el tiempo perdido.

¿Cuál era tu vida antes de que sufrieras el traumatismo craneoencefálico?
Mi socio y yo teníamos una empresa de yesos y escayolas en Ondara y por otra parte me encantaba
desde siempre hacer deporte. Poco a poco, tras medio año, empecé a salir de fiesta a menudo,
dejé de correr y no tenía proyectos de futuro a largo plazo. Además, todo el mundo me decía que no era muy buena la vida que llevaba.
¿Qué ocurrió en la carretera en marzo de 2004?
Dos amigos y yo salimos por los pubs a la playa de la Marina, en Dénia, y cuando volvíamos a casa en coche, sufrimos el accidente. Yo estaba detrás y supongo que me dormí, pues no recuerdo nada de lo ocurrido. Según lo que me han contado, el coche se desvió hacia un campo, arrancó seis árboles dando dos vueltas de campana y chocó contra un muro. Nos llevaron en ambulancia a Dénia y, desde ahí, en helicóptero a intensivos a La Fe de Valencia. El copiloto, por desgracia, falleció en la carretera.
Entraste en el Hospital Nisa Aguas Vivas al Centro de Daño Cerebral en junio de 2004 con el
estado de mínima consciencia y dependencia total. ¿No percibías nada de lo que te ocurría?
Estuve un tiempo que no me enteraba de nada. Cuando empecé a recordar, mi hermano imprimió unos
folios llenos de fotos donde salía yo, mi perro, mi furgoneta o mi casa en Ondara; pero no podía apenas hablar y entonces hacía señas, levantaba una mano, señalaba los números o los meses del año y a  partir de entonces la meta a seguir era mi rehabilitación.
¿La familia se volcó contigo al cien por cien?
Al cien por cien no, a doscientos. Si no fuera por mi familia no habría hecho nada. Mi hermano es profesor de Educación Física y desde el principio se volcó en conseguir que yo avanzara en mi estado físico y anímico. Mi hermana me ayudaba con todos los papeleos y la documentación, y mi madre siempre me apoyaba en todo momento. En Ondara, cuando iba en silla de ruedas, no me atrevía a salir porque me daba vergüenza. Por suerte, mis amigos me ayudaron a superarlo.
Los rehabilitadores cuentan que siempre tuviste afán de superación.
¿Te mentalizaste poco a poco para alcanzar el objetivo?
Yo siempre decía que cuanto más esfuerzo hiciera, más mejoraría mi estado. Lo haré a mi nivel, y si no lo puedo hacer más rápido, lo haré más lento: soy constante por naturaleza. Ahora puedo caminar, andar, correr, llevar coche y puede ser que llegue a trabajar. Además, soy muy positivo y, aunque no voy a estar al cien por cien como antes, quiero superarme cada día.
¿Qué les dirías a los pacientes que están sumidos en pleno proceso rehabilitador?
Les diría que piensen que es un trabajo, que viene bien para tu vida. No te pagan, lo que te reporta es tu salud. A mí me hubiera gustado que todos los pacientes mejoraran igual que mejoraba yo, que pusieran todo su empeño.
¿Cómo fue tu despedida en el 2007 en las dependencias del Servicio de Daño Cerebral?
Yo tenía la sensación de que me tiraban de mi casa después de tanto tiempo acomodado en el hospital.
Había cogido cariño a los médicos, rehabilitadores, pacientes y sus familiares.
Luego, en casa, me levantaba y sentía que me faltaba algo. Una anécdota de la cual me acordaré
siempre fue que realicé unas prácticas en una autoescuela para habituarme, me fui un día al hospital y
me vieron los rehabilitadores con el coche. ¡No se lo creían! Tengo ilusión de venir al centro siempre que
puedo para darles las gracias porque ellos me han salvado la vida.
¿Qué tal la experiencia del centro de Galicia destinado a la integración social y laboral?
El pueblo de Bergondo (A Coruña) es un centro que está muy bien.
Cuando llegué allí, muy triste, porque la familia no estaba conmigo, fui adaptándome y lo primero que hice fue un curso de informática avanzada. Luego el segundo año aprendí jardinería. Allí tenía un piso para aprender a preparar la comida, hacer la cama, tender y planchar. Los compañeros que conocí en el centro son ahora grandes amigos. El año pasado fui a Galicia a casa de un amigo y tengo buena relación.
¿Has conseguido alcanzar tu sueño de volver a competir?
Sí. Soy una persona con afán de superación, pero a mi ritmo. Después de mi recuperación corrí en Ondara y vinieron desde el Hospital Nisa Aguas Vivas animándome y aplaudiéndome. Había 20 personas conmigo, y parecía que yo había ganado la carrera. Cuando llegué a la meta, mi entrenador me dio una placa y parecía como si yo volviera a nacer. Ahora me he apuntado a un circuito con distintas poblaciones de la Marina Alta.
¿El accidente te ha cambiado la vida?
La vida me ha cambiado mucho. Antes mi vida no valía nada, como si fuera a morirme. Luego me fui
mentalizando y superándome. Por otra parte, con la crisis, el tema del trabajo está muy mal para todo el
mundo y para mí mucho peor. Antes del accidente no me gustaba leer y estudiar, y ahora para intentar mejorar el habla me gusta la lectura en voz alta. Estoy leyendo unos libros de atletismo, por ejemplo, del corredor Martín Fiz, y cada día me gusta más.
¿Te has propuesto alguna meta en tu vida?
Mi sueño sería acabar el ciclo de formación profesional para trabajar como monitor deportivo y darles
clase a los mayores o discapacitados para ayudar a gente como yo.